Introducción:
Una
de las propuestas del mundo es vivir conforme a la vanagloria de la vida.
Ello
hace
que los que no conocen a Dios, tengan como muy importantes a los
que ejercen poder, a los que son honrados y reconocidos. El llegar a ocupar
ciertos
cargos,
el alcanzar prestigio en la sociedad, son considerados como “éxitos” por el
mundo.
Pero
veremos que en el reino de Dios, las cosas son muy diferentes, y Dios quiere
tratar, con
este enemigo del alma que es el amor al poder y que tanto daño hace entre
los
hijos de Dios.
La
visión del mundo respecto al poder
1) El
hombre sin Cristo ama ejercer autoridad sobre sus semejantes
(Mateo
20: 25-26) “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas,
y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros
no será así…”
Al
hombre natural le gusta enseñorearse de su prójimo, poder mandarle y disponer de
él, esto alimenta su orgullo, y le hace sentir poderoso. No reconoce que solo
Cristo es el
Señor, y que si tiene alguna autoridad, debe ejercerla con el temor de
Dios, y para
su gloria.
Esta
actitud hace un terrible daño a la
Iglesia, cuando ciertos ministros son mas valorados
en desmedro de otros, cuando se quiere participar en aquello que es visto por
los demás, cuando se quiere subir escalones dentro de la
Iglesia, como si ésta fuera
una empresa del mundo, en estos y otros casos, observamos la existencia
del amor
al poder.
2) El
hombre sin Cristo busca honores y reconocimientos
(Mateo
23: 5-7) “Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres.
Pues ensanchan
sus filaterías, y extienden los flecos de sus mantos, y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las
salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí”.
Muchos aman el poder, como en el caso de los escribas y fariseos, que menciona este texto, para poder disfrutar de los honores, y reconocimientos que conlleva.
En
este pasaje notamos algunas características del que ama el poder:
*Hace
las cosas para ser visto, y reconocido por los hombres, no para Dios.
*Cuida
su imagen para que todos piensen de él como “un grande”.
(En
estos dos casos no hay sinceridad, en el primero no es sincero para con Dios,
en su
servicio,
en el segundo no es sincero con sus semejantes, vive de apariencias.)
*Ama
ser reconocido públicamente, y acepta todo tipo de tributos, le roba la
gloria a
Dios.
*Le
gusta ostentar títulos y renombre social.
Todas
estas características negativas, si hacen nido en el corazón de un cristiano,
hace
un daño
enorme a su vida espiritual, y a la obra de Dios en general.
3) El
hombre sin Cristo busca ostentar poder a través de las riquezas.
En
este mundo corrupto el dinero otorga cierto poder y privilegios, que hace que muchos
cristianos, no estén dispuestos a renunciar a él para servir solo a Cristo.
Tal
es el caso del joven rico. (Mateo
19: 16-30)
¿Quién
es el mayor en el reino de los cielos? (Mateo 18:1)
Ya
hemos visto la visión del mundo con respecto al poder, pero entre los
cristianos,
¿quién
es el que alcanza el verdadero reconocimiento?, ¿Quién es considerado
por Dios,
“mayor”, “primero” o “principal”? veamos:
1) El
cristiano que se humilla como un niño
(Mateo
18:4) “así que cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en
el
Reino”. Dios
desea que nuestro corazón para con él permanezca como el de un niño:
dependiente, inocente, dispuesto a ser corregido y guiado. El que es humilde
ostenta como principal cualidad su conocimiento de sí mismo, sabe de sus
limitaciones, e insuficiencias delante del Señor, por lo tanto, no desea
ningún poder ni honores, porque no se considera digno, a menos que
Dios, por su sola gracia lo levante.
2) El
cristiano que es servidor de todos
(Mateo
20:26) “Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande
entre vosotros será vuestro servidor”
En el
mundo el servidor es despreciado, pero en el camino de Dios, el que sirve es
enaltecido. Dios
no quiere que anhelemos ser “jefes” o “capataces” sino siervos, simples
obreros del Señor.
Aquel que está atento a las necesidades de su hermano, que procura servir en
el anonimato, que hace todo tipo de tareas sin miramientos, ese es
considerado grande en el Reino de Dios.
3) El
cristiano que renuncia a todo por el Señor
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(Mateo 19:29) “cualquiera que
haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces mas y heredará la vida eterna”
Dios
exalta al hijo que no mira las cosas de este mundo: el poder, el “status”,
los privilegios del dinero mal empleado, sino que renuncia a toda esta gloria
vana para ser
un servidor de sus hermanos.
La
recompensa a los siervos fieles y castigo a los amantes del poder
Varios
textos de la
Palabra de Dios nos hacen referencia a esto:
*“porque
cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será
enaltecido” (Lucas
14:11)
*“pero
muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros” (Mateo 19:30)
*“pero
vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues,
os asigno
un Reino, como mi Padre me lo asignó a mí” (Lucas 22:28-29)
*“buen
siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré” (Mateo 25:23)
El
ejemplo de Jesús
(Mateo
20: 27-28) “y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro
siervo, como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para
dar su vida en rescate por muchos” (Lucas 22:27)
“porque,
¿cuál es el mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve?
¿No
es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve”
Jesús
es nuestro supremo ejemplo, Aquel que se “hizo pobre, siendo rico”
Aquel
que se “humilló a sí
mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte
de cruz. Por
lo cual también Dios lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es
sobre todo nombre” (Filipenses 2:8-9).
Así
nosotros siguiendo sus pisadas, debemos dejar de lado
toda ansia de poder y
reconocimiento, y humillarnos y servir, sabiendo que a su tiempo, seremos
recompensados por nuestro Señor.
Conclusión:
Para
terminar esta importante lección nada mejor que leer y meditar juntos en la lección
que el Señor nos dejó al lavar los pies de sus discípulos.
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Leamos entonces Juan 13:1-15.
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